Hay días en los que pienso que no estoy hecha para el mundo en el que vivo.
Este no es un pensamiento nuevo, creo que redunda en mi cabeza casi desde que
tengo uso de razón, sólo que hace años no tenía la forma de una idea. Cuando
era niña, esa idea estaba materializada en las largas tardes en las que jugaba
a solas, inventándome historias y amigos, cuando me divertía mucho más con mis
ilusiones que con los juegos que me proponían mis compañeros de colegio. Ahora,
se materializa en las largas tardes que paso jugando a videojuegos, viendo
series on-line o escuchando la música que me eriza los pelos (música, que por
cierto, es casi la misma que escuchaba por aquel entonces).
Analizando esto, pienso lo poco que he cambiado a pesar de tantos años
transcurridos. A pesar de haber cumplido treinta y un años, mi mente funciona
casi igual que cuando tenía ocho. He sustituido unos juegos por otros, y he
pasado de ignorar los juegos de mis amigos a ignorar la sociedad que me rodea
en general. Quizás no es que haya cambiado poco, sino que me aferro de una
forma pertinaz a los recuerdos que me arrullaban durante aquellos años donde
todo era más sencillo.
Pocas cosas hay que llamen mi atención, al menos con una pasión suficiente.
Una de ellas es mi profesión, por supuesto, que es de lo único que puedo estar
orgullosa en esta vida. Otra, el world of warcraft. No queda muy elegante
presumir de estas dos dispares aficiones, pero esto es lo que hay. A parte de
ello, no tengo interés especial en casi ningún aspecto del mundo que me rodea.
Claro que dicho así, suena muy drástico, y probablemente no sea cierto del
todo. Lo que sí es verdad es que las únicas cosas por las que me muevo
realmente, son aquellas que me generan una
sensación de intensidad. Sí, intensidad es la palabra: amor intenso, odio
intenso, curiosidad intensa, diversión intensa. No soy una mujer de término
medio, necesito la extremidad.
Todo eso hace que sea un poco rara, friki, nerd, o como se le quiera
llamar. A mi me gusta más pensar que he construido un mundo personal mucho más
cómodo y divertido que la realidad que me toca vivir. Este mundo no es más que
el umbral de intensidad que he otorgado, de forma involuntaria, a las cosas que
me rodean. Así, todo aquello que no genere en mi la suficiente pasión, queda
automáticamente excluido.
Puede que esta actitud ante la
vida sea egoísta, o el producto de una inseguridad que ha hecho que me aferre
únicamente a las pocas cosas que me producen un sentimiento de bienestar. No lo
sé. Me gustará saber qué opiniones tenéis al respecto, y qué tipo de mundos
tenéis vosotros.
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