jueves, 1 de enero de 2009

Opinando sobre... El internado

A pesar de que soy ferviente seguidora de la serie, debo decir que ya huele la tostada. En realidad se veía venir desde el primer episodio que esta serie sería el nunca acabar, pero te dejas engañar, porque también tiene su gracia eso de tener un aliciente para el miércoles noche. El argumento prometía mucho, pero ha perdido el norte. Vamos por la tercera temporada y todavía no se ha desvelado prácticamente nada del misterio original, a la par que van surgiendo miles de enigmas paralelos adicionales que, lejos de tranquilizarte, te ponen de más mala leche. Pues anda que no han mareado la perdiz hasta dejarnos caer que Héctor de La Vega es en realidad Samuel Espí. Cuarenta minutos de cada capítulo los dedican a explayarse con detalles que no nos importan, como los celos del profesor de gimnasia borracho o las reflexiones de las dos niñas rubias que sí, tienen su gracia, pero no nos aportan chicha ni limoná. Los diez restantes son para desvelar una milésima parte de la trama, que a la vez que te explica algunas cosas, te plantea una media de cincuenta preguntas más. Por si fuera poco alucinante que una alumna viera a los muertos al modo Jennifer Love Hewitt ibérico, ahora nos meten al primer novio de la chacha en plantilla y a un profesor bizco con unos abdominales incongruentes con su profesión, con un hijo que tiene sueños premonitorios. La verdad es que ese internado parece un circo. Tampoco me hace mucha gracia el cocinero espía. Me pregunto de dónde sacará tiempo para combinar sus excursiones al estilo James Bond con cocinar para todo el colegio. Tampoco sé por qué siempre me han resultado tan ridículos los personajes españoles empuñando pistolas. En las series americanas intimidan mucho más, quizás porque allí están más acostumbrados a las armas. Repentinamente la profesora de los niños pequeños, que iba de buenecita y simpática, está metida en todo el fregado. Ahí no se salva ni el apuntador, oigan. No me sorprendería que al final el cerebro organizador de todo el misterio fuese el mismísimo Javier Holgado (ya saben, ese niño cabrón que martiriza a la hermana de Marcos). Eso sí, el que no tiene desperdicio es el Marquitos. ¡Cómo se cuida esta juventud! De esos no había en mi colegio. Eso es un chico guapo, sí señor. La pena es que en cuanto abre la boca pierde el 75% de su atractivo, pero ¡qué demonios! tampoco le querría para hablar precisamente...

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