Si existe algún lugar al que no es recomendable llevar cámara de fotos, sin duda es Toledo. En el instante mismo en el que uno se baja del autobús y pone sus pies sobre ese suelo que antaño pisaran moros y cristianos, cuando se respira el aire que en su tiempo acarició los alminares y las torres, surge un impulso irrefrenable por fotografiarlo todo, o lo que es lo mismo, el denominado Síndrome del turista japonés. Tan pronto inmortalizaba una iglesia, como una calle, como un cartel. Me daban ganas de hacerle fotos hasta a las piedras del suelo.
No cabe duda de que Toledo es mágica, al igual que lo son todas esas ciudades en las que han quedado patentes las improntas del mundo árabe. Caminar por las calles toledanas es caminar por el pasado, sumergirse en tiempos de caballeros y espadas, respirar las especias de los antiguos zocos, escuchar el silencio del medievo.
La ciudad me trató bien. Me recibió con un espléndido día soleado, y con unas gentes amables y dispuestas, como el taxista que prometió llevarme por buen camino hasta el centro histórico, o como el policía que se acercó hasta mi para ofrecerme ayuda cuando me vio dándole vueltas al mapa.
Para mi propio deleite, y para el entretenimiento de quienes deseen leerme, contaré aquí mi pequeña excursión por la que fue capital del reino visigótico. Mi visita fue corta, y no tuve ocasión de visitar más que unos pocos monumentos y calles.
El taxista me dejó en la plaza de Zocodover, sitio de referencia turística donde se encuentra la Casa del Mapa; allí me proporcionaron un plano decente de la ciudad de Toledo, porque el que llevaba conmigo no valía para nada. Fue en esa plaza donde vi el cartel anunciando la exposición de instrumentos de tortura de la que os he hablado en otro post del blog. Pero comencé mi ruta en busca del Alcázar, que según el plano, quedaba muy cerca.
Y así fue, caminando unos pocos metros cuesta arriba (porque Toledo es la ciudad de las cuestas) me encontré con las altas fachadas del Alcázar, donde hoy día se encuentra un Museo del Ejército. Este monumento data nada más y nada menos que del siglo III, siendo entonces palacio romano, y después visigodo. Fue utilizado como residencia por el rey Carlos V tras la reconquista de Toledo. En 1850 fue reconvertido en Academia Militar (Colegio de Infantería). El asedio del Alcázar fue una batalla simbólica que transcurrió durante la época de la Guerra Civil. Tras varios incendios fue reconstruido en los años cincuenta.
Tras el Alcázar, me puse a callejear. Caminar por los empedrados y las estrechas callejuelas es casi tan fascinante como visitar los monumentos. De repente encontrabas un cartelito que rezaba “Leyendas Toledanas” en medio de un rincón desierto, y lamentabas no conocer más historia de esa ciudad. Hice fotografías de todo tipo de rincones, y casi sentí pesar por tener un plano de la ciudad, porque los adoquines y los ladrillos te invitaban de una forma cómplice a perderte para vagar entre las piedras. La calle del Comercio, que yo me imaginaba como una gran vía con tiendas grandes, resultó ser la reminiscencia de los antiguos mercados medievales; montones de tiendas apiñadas en torno a una estrecha callejuela, aderezadas con una iglesia por aquí, una mezquita por allá.
La calle Chapinerías me depositó a los pies de la Catedral. Fui bordeándola, haciendo fotografías de todas sus paredes, hasta el palacio Arzobispal. Hacer fotografías de la Catedral no fue fácil, pues ésta estaba bien protegida por los edificios cercanos, que se agolpaban a su alrededor. Muy diferente de la Catedral de Palencia, que reposa austera en medio de una gran plaza desierta. Me hubiera gustado entrar dentro, pero los destinos turísticos de Toledo tienen un precio y mi economía no permitía muchos más gastos. La friolera de 7 euros me echó para atrás. En otra ocasión será.
Catedral, desde la plaza del Ayuntamiento. A la izquierda está la Torre. Catedral, detalle del pórtico.Plaza del Ayuntamiento y Palacio Arzobispal, frente a la Catedral
Posada de la Hermandad, al lado de la Catedral
Mi siguiente destino fue la famosa Exposición de Antiguos Instrumentos de Tortura, puesto que la calle donde se celebraba quedaba muy cerca de la calle de Santo Tomé. Visitarla fue un pequeño alto en el camino para recoger fuerzas, porque ese día hacía un calor que entorpecía la caminata, y el frescor de la sala de exposiciones me ofreció un descanso.
Cuando salí de la exposición, eran las dos de la tarde. No tenía mucha hambre, y estaba tan fascinada con la ciudad que me planteé seriamente obviar la comida y seguir visitando cosas. Pero de nuevo la ciudad fue amable conmigo, y entre calle y calle apareció un pequeño restaurante que ofrecía un menú realmente barato. Eso, la sed, las ganas de orinar, y el cansancio me hicieron entrar allí a comer.
Calle Santo Tomé. Al fondo, torre de la Iglesia de Santo Tomé.
Tras la comida volví a callejear. Toledo es sinónimo de calles, casi más que de iglesias o monasterios. Me encontré una curiosa tienda dedicada al mundo judío, con esos típicos candelabros con siete brazos (creo que se llaman Menoras) y libros escritos en hebreo, lo cual me recordó que el mundo judío tuvo gran trascendencia en la ciudad. Tiendas de damasquinados iban apareciendo por cada esquina. Según pude leer en una de ellas, el damasquinado es un proceso mudéjar de incrustar oro sobre acero (todos los días se aprende algo nuevo).
Callejeando
Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos
Uno de mis últimos destinos turísticos fue el Monasterio de San Juan de los Reyes, cuyo elemento más característico son las cadenas que adornan sus fachadas que, al parecer, proceden de los esclavos granadinos liberados (imagino que durante la reconquista).
Monasterio de San Juan de los Reyes. Se ven las cadenas de los esclavos liberados colgadas en la pared.
En mi trayecto me encontré más iglesias y edificios emblemáticos, amén de varios conventos de Carmelitas Descalzas, pero tampoco quiero ser muy pesada. Dije adiós a la ciudad mirando sus murallas y la Puerta Nueva de Bisagra, la cual, a pesar de su desafortunado nombre, es imponente.
Iglesia de Santiago del Arrabal. Asienta sobre una antigua mezquita, data del siglo XII y es un ejemplo de arte mudéjar.
Curiosidades
Escultura junto a un Convento de Carmelitas Descalzas. No me digáis que no parece una monja surfera.
Puerta del Cristo de la Cruz
Como era de esperar, Toledo me enamoró, y dejo pendientes cosas por ver para otros viajes que sin duda se repetirán. Si sois de los pocos que, como yo, aún no habían tenido una cita con ella, os animo a visitarla.
Puerta Nueva de Bisagra
Sin duda parece un buen sitio que visitar, yo nunca he estado...a ver si este veranito nos hacemos una escapada o algo. Besos guapa.
ResponderEliminarBuscando los carmelitas descalzos encotre tu blog te felicito ,el año pasado estuve en Toledo y ahora es otro buen momento para repetir,las fotos me dieron buenos recuerdos , todos los dias mirare la puerta del Sol , sigue asi .
ResponderEliminarMe alegro de haber ayudado a traerte buenos recuerdos, reiKIZAmora. Toledo es sin duda una ciudad preciosa, que merece la pena visitar más de una vez.
ResponderEliminarUn saludo!
Hola ... Disculpa ESA foto de santo tome es en españa no ??
ResponderEliminary se llama santo tome 2 y esta cerca de la calle padilla ?? porfavor
Todas estas fotos son de Toledo, España. La calle se llama Santo Tomé. Si está cerca de la calle padilla... no estoy segura, pero es cuestión de mirarlo en un plano.
ResponderEliminarSaludos!