Cuando llegó a los acantilados, el corazón le latía con rapidez. Ya no tenía edad para aquellas caminatas entre las rocas, y sin embargo cada fin de semana volvía a recorrer los salvajes y angostos caminos que se perdían entre la tierra, el mar y el horizonte. Fue allí, en esa explanada que invitaba al descanso tras la expedición, donde doce años antes Alejandra le había dicho sí, me casaré contigo, bribón. Y fue allí, en ese hueco perdido y alejado de la humanidad, donde un año antes Alejandra le había dicho sí, tengo cáncer.
No sabía muy bien qué le motivaba a recurrir en sus paseos al mismo lugar en el que se mezclaban tantos recuerdos amargos y dulces. Por un momento pensó que se sentía como las olas que chocaban contra los riscos, allá abajo.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el torrente vital de un chiquillo que se acercaba correteando, chillando y riendo. Tras él, una pareja que caminaba abrazada con gesto apacible. Sonreían los tres. Eran felices.
-¡Abu! ¡Mira, mira, soy una moto!
Sonrió. Aún había veces en las que recordaba sus propios juegos de niño y se los contaba a su nieto, aunque éste la mayoría de las veces no le comprendiese. También recordaba los tiempos de guerra, y el nacimiento de sus hijos. Sin embargo no era capaz de precisar lo que había desayunado esa misma mañana. Y luego estaba Alejandra. A ella nunca la olvidaba.
Se quedó pensativo contemplando el mar. El velo naranja del atardecer lo cubría todo, y era como si la realidad se hubiese transformado en sueño. De vez en cuando se podía escuchar el choque enfurecido del oleaje contra las rocas del acantilado e incluso la ventisca envolvía y amenazaba a quien se atreviese a asomar su cabeza para asistir al espectáculo. El tenía plaza reservada allí, y nunca faltaba a la función.
La pareja y el chiquillo se alejaban ya por el mismo camino que los trajo, con el niño revoloteando en torno a ellos. Siempre que salían los cuatro a pasear, el abuelo se quedaba rezagado en el mismo sitio, sumido en la nostalgia y los recuerdos. Pero se hacía tarde, y las sombras comenzaban a perfilarse. Era hora de regresar a casa.
-Vamos, Guille, ve a buscar al abuelo, para que no se quede atrás.
Y el niño volvió a buscarle. Pero su abuelo ya no estaba allí.
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