Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy lejano perdido entre montañas, donde el viento y el cielo se acariciaban día a día y las nubes se convertían en encaje divino, vivían dos hermanas llamadas Ybna y Shima. Ybna era de tez pálida, casi alabastrina, y sus cabellos parecían destellos de sol en la mañana; Shima en cambio era de piel morena, con bucles negros como el carbón.
Las dos hermanas nunca se separaban y se amaban. Era éste un amor fraternal, sincero, natural y transparente. De tal pureza era su amor, que todos los habitantes de la aldea en que vivían las envidiaban. Cada vez que dos hermanos discutían en algún hogar, ellas servían de ejemplo de convivencia y hermandad. "Deberíais aprender de Ybna y Shima" decían las madres desesperadas a sus pequeños revoltosos cuando éstos se peleaban por envidia o aburrimiento.
Cierto día, Ybna y Shima paseaban por los jardines que rodeaban la aldea, de los cuales se decía que eran los más bellos del reino, tan bellos, que las gentes aseguraban que algún tipo de hechizo se encargaba de ofrecerlos así a la madre Naturaleza. Shima se encontraba nerviosa; llevaba ya mucho tiempo bajo aquel nerviosismo, con un nudo en la boca de su estómago tal, que llegó a pensar que algún ser extraño se había apoderado de su alma y había colonizado dentro de ella. Cada vez que miraba a su hermana y veía sus hermosos y grandes ojos verdes, su fino cabello ondeando bajo la brisa de verano, su tez pálida y aterciopelada, sus manos delicadas, se sentía aún más devorada por ese monstruo usurpador. "¿Qué me está sucediendo?" se preguntaba por las noches, cuando ambas se metían juntas en la cama a dormir, como siempre habían hecho desde pequeñas, y el tacto de la piel desnuda de Ybna revolvía todo su ser tejiendo un volcán de efluvios que la recorría desde la nuca hasta la confluencia misma de su vientre y sus muslos. Bajo el canto de los pájaros, el suave vaivén del verde vespertino de los abedules, y la brisa con olor a mar y a cielo, Shima no pudo reprimir el aluvión de sentimientos que se había gestado en ella durante los últimos años. Se acercó a su hermana Ybna, la tomó de los brazos, y mirándola fijamente a los ojos depositó un beso casto sobre sus jugosos labios de textura amelocotonada y color de fresa.
Cuando el roce concluyó y las carnes comenzaron a separarse milímetro a milímetro, Shima se temió lo peor, que su hermana la repudiase, que dejase de amarla, que naciese el desprecio en ella. Había sido una estúpida, había arriesgado la hermosa relación que habían construido juntas por culpa de un ente extraño que la había poseído y la había hecho sentir cosas impuras.Con todo ese torrente de miedos en su mente, con la desesperación corriendo por sus venas, Shima no se percató de que Ybna estaba sonriéndola. Cuando quiso darse cuenta, ya tenía de nuevo la boca dulce de su hermana indagando en la suya, incluso su lengua osada quería adentrarse más allá e intercambiar el sabor de la saliva cálida. El monstruo que vivía en el seno de Shima se despertó aún más y rugió, la hizo temblar, palpitar, expulsar fluidos por todos sus poros y orificios. Pero ahora no estaba asustada, sino que sentía un prohibido y novedoso placer jamás conocido por ella.
Las manos de Ybna habían comenzado a rozar sus caderas, y ascendían hasta sus pechos turgentes por debajo de la túnica. No había ninguna duda de que Ybna había sido poseída por el mismo monstruo, pero eso ya no importaba. Sólo quisieron dejarse llevar por el caudal de aquel río que acababa de nacer entre ellas, como si una fuese la montaña y la otra fuese el mar.Hicieron el amor entre hierba, flores, árboles y semillas, entre el murmullo de la tarde y del verano, bajo la caricia del sol.
Un zagal, escondido entre los matojos, vio la escena y corrió a la aldea para avisar a los habitantes. Pronto, todo el pueblo era conocedor del pecado cometido por aquéllas que habían sido el paradigma de amor entre hermanos.
Ybna y Shima fueron llevadas ante el Consejo de Ancianos, quienes no necesitaron mucho tiempo para enunciar su veredicto. Las hermanas serían expulsadas de la aldea, y además, cada una de ellas sería enviada muy lejos de la otra para que Lucifer, quien sin duda era la mano ejecutora de tal pecado, no tuviese oportunidad de tejer lazos malignos entre las dos muchachas.
El cielo y el mundo entero se vinieron encima de Ybna y Shima. Se arrojaron a los pies de los jueces, lloraron, suplicaron y prometieron hacer cualquier cosa a cambio de no ser separadas. Pero fue inútil. Al alba, cada una de ellas sería acompañada por un mensajero encargado de enviarlas a algún lugar lejano, sin que ninguna supiera el paradero de la otra.Y nunca más volvieron a estar juntas.
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