Su mano era una nota, el acorde en un pentagrama de piel para una melodía marchita. Un sonido tenue en una tarde en que dos mentes habían olvidado sus sueños. Deslizarse por la carne no era algo nuevo, era simplemente un olvido del por qué y del hasta cuándo. Era una cita íntima con los sentidos de dos almas que están cansadas de sentir.
Los pies mecidos por el agua del embarcadero, el pelo removido por una dulce brisa de bosque y el reflejo tenue de la tarde en los brazos eran una parte más de aquel concierto. Tocar la madera bajo las manos, sus astillas duras tan conocidas, y escuchar un pájaro perdido al fondo suponían el preludio.
Era esa silenciosa tristeza la que convertía el paraje en algo bello. Esa aparente quietud del embalse que no espera barcas ni pescadores, tan sólo aguas turbias al fondo, y juncos frondosos, o algun nenúfar. La calma de no esperar ningún beso, pero recibir a cambio un aliento que suspira o un roce esquivo.
Reflexiones en el saliente de la peor guardia del mes
Muy bonito,me ha parecidomuy relajante.un saludo.
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