Últimamente me veo sometida por la agobiante realidad del exceso de información. Curiosamente, cuando preparaba el examen MIR, en el cual hay que estudiar como un negro miles y miles de páginas de apuntes o libros de academia, no tenía esa sensación, o si la tenía, no era tan intensa.
Pero ahora me pasa algo curioso: veo ante mi el amplio océano que supone el tener a mi alcance miles de libros médicos, artículos, revistas, y cómo no, el universo de internet. Claro que es aún peor mi ansia por querer abarcar el máximo de conocimientos posible, que hace que mi mente se atasque y se aturulle, y no sepa por dónde empezar. Me hallo ante el dilema de que, ante tantas opciones entre las cuales escoger, no sé por cuál decidirme. Y así, pienso que quiero hacer ésto, y aquéllo, y lo otro, y lo de más allá. Y quiero aprender sobre cardiopatía isquémica, pero también quiero retomar el estudio del inglés, y a la vez quiero leerme ese gordo libraco sobre trastornos hidroelectrolíticos que me he comprado, y preparar mi sesión clínica sobre emergencias hipertensivas, y quiero estudiarme mi nuevo libro de electrocardiogramas, y quiero, y quiero y.... al final no hago nada.
Es una sensación terrible; la libertad para poder elegir en qué invertir el tiempo de estudio, sin la presión de un examen que te obliga a estudiar tal cosa sí o sí. La libertad para elegir en qué libros mirar, cómo orientar lo que se estudia, cómo aplicarlo. Es tal la liberación que uno siente al empezar la residencia, que se convierte en mucho más angustiosa que la metódica y prediseñada sistemática MIR.
Necesito organizarme, crearme un método, o algo, para no volverme loca. El exceso de información es casi tan improductivo como su escasez, lo cual me recuerda aquella anécdota en la cual un residente escribió como diagnóstico 'ESCASEZ', en lugar de 'SCASEST' (y no, no fui yo, malpensados).
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